Ciudad Cayalá, el polémico ‘paraíso’ urbano en la capital de Guatemala
Intenta dar un paseo por buena parte de Ciudad de Guatemala: es una pesadilla para el peatón.
Las motocicletas van como bólidos por las aceras repletas. Guardias con rifles miran de rojo a cada transeúnte, calibrando a posibles atacantes. Autobuses que expectoran humo se pasan las señales de alto a toda velocidad.
Pero enclavada en la extensión caótica del trazado de la capital hay un refugio onírico en donde no existe nada de eso.
En Ciudad Cayalá, un enclave utópico creado por una de las familias más adineradas de Guatemala, las calles son tranquilas y ordenadas, las tiendas son de lujo y las viviendas asequibles… aunque solo para las familias de una pequeña y pudiente élite, o para los extranjeros, como los diplomáticos estadounidenses que trabajan en la gran embajada estadounidense construida hace poco cerca de ahí.
Cayalá, que evoca la atmósfera serena de un pueblo del Mediterráneo, cuenta con construcciones de un blanco lechoso y techos de teja roca, un centro cívico colosal de columnas toscanas, cafeterías y restaurantes costosos, plazas rodeadas de arcadas y bulevares peatonales empedrados. Todo esto está abierto al público, excepto por las zonas residenciales, reservadas para las aproximadamente 2000 familias que viven en el lugar.
“Este paseo Cayalá en 20, 25 años va a ser igual que la Rambla”, dijo Andrés García Manzo, un empresario restaurantero que vive en una de las recónditas villas de Cayalá, haciendo un paralelo con el legendario paseo peatonal de Barcelona. “Aquí literalmente puedes caminar a todos lados” en paz, añadió.
Pero los críticos dicen que, sobre todo, se trata de un lugar de diversiones para la gente acaudalada, de difícil acceso para el transporte público, devastador a nivel medioambiental y que ha atraído inversiones significativas incluso cuando decaen otras zonas de Ciudad de Guatemala, azotadas por la delincuencia.
Un espacio común en Cayalá. Aquí las casas solo están al alcance de familias de la pequeña élite adinerada del país, o de extranjeros.
Cayalá empezó a tomar forma hace más de una década y ha ganado varios premios internacionales por sus espacios compartidos, que los diseñadores urbanos consideran abiertos e innovadores.
Sin embargo, luego de que guardias armados evitaron el ingreso a manifestantes que se oponían a los esfuerzos para evitar que el nuevo presidente, Bernardo Arévalo, asumiera el cargo, se está gestando un debate feroz sobre si Cayalá agrava los problemas de desigualdad y acceso al espacio urbano en lugar de remediarlos.
Los reflectores hacia Cayalá —que significa algo así como “paraíso” en la lengua indígena kaqchikel— llaman la atención hacia el papel que desempeñan la arquitectura y el diseño urbano en uno de los países más desiguales de América Latina, uno en donde se calcula que el 59 por ciento de sus 18 millones de habitantes subsisten con ingresos por debajo del umbral de pobreza.
Cayalá surgió a escala modesta hace unas dos décadas, cuando la familia Leal de Guatemala, dueña de vastas extensiones de algunos de los últimos bosques urbanos de la capital y que ya tenía experiencia en la construcción de vecindarios cerrados, proyectó otro tipo de comunidad.
Para que ayudara con la planeación de Cayalá, contrataron a León Krier, un arquitecto nacido en Luxemburgo que había colaborado con el rey Carlos III en una ciudad modelo en el sur de Inglaterra. También se anotaron arquitectos como Richard Economakis de la Universidad de Notre Dame, que se inspiraron en el Partenón de Atenas para diseñar el centro cívico de la comunidad.
Guardias de seguridad privada vigilan los terrenos muy de cerca, sobre todo durante los fines de semana, días en que los compradores inundan la zona. El barrio ha resultado ser muy popular entre los visitantes del vecino país de El Salvador.
En una ciudad donde tradicionalmente las clases altas han vivido en comunidades bien resguardadas, Cayalá podría no haber protagonizado un escándalo si no fuera por las protestas que estallaron en octubre por todo Guatemala debido a los esfuerzos, infructuosos al final, para evitar que Arévalo asumiera la presidencia.
Mientras que en todo el país las manifestaciones transcurrieron en su mayoría pacíficamente, dos conductores arremetieron contra los manifestantes que estaban cerca de la entrada de Cayalá. Hombres armados y encapuchados, entre ellos el dueño de un comercio en Cayalá, impidieron además que los manifestantes ingresaran a la zona.
El episodio causó temor entre muchas personas.
“Yo me impacté cuando vi las fotos de esas armas”, dijo Dora Monroy, vecina de un barrio cercano a Cayalá. “Para mí todo lo que es arma no es normal, y menos sacar armas cuando hay protestas pacíficas, uno se siente intimidado”.
Los desarrolladores de Cayalá declinaron hacer comentarios sobre ese episodio, y no respondieron a preguntas sobre las críticas al enclave. Pero en un comunicado, un portavoz dijo que Cayalá era “una ciudad para todos”.
Los desarrolladores de Cayalá no respondieron a pedidos de comentario.
Mientras que se contemplan planes de ampliación, algunos se preguntan el impacto que podrían tener en los últimos bosques que quedan en Ciudad de Guatemala.
Bárbara Escobar, bióloga y conservadora, dijo que la expansión podría causar daños a una cuenca crucial para la recarga de acuíferos al tiempo que pondría en riesgo un hábitat de zorros, mapaches y lechuzas.
“No es que una se oponga a los proyectos, al desarrollo, pero es de hacer bien las cosas”, dijo. Escobar observó que el acceso en autobús a Cayalá es limitado, lo que en gran parte lo convierte en un lugar para las personas con suficientes recursos para tener vehículos y añadió: “Es una zona de exclusión, no es como que cualquier persona pueda ir allí”, dijo, “eso es solo para cierto tipo de gente que es la minoría en este país”.
De forma inesperada, el descontento también lo ha expresado Krier, uno de los creadores de Cayalá. Krier, quien desde 2003 trabaja en el desarrollo, reconoció que fue concebido como un lugar de vivienda para los guatemaltecos de clase alta.
“Para los extremadamente ricos hay muchas cosas”, dijo. “Nosotros construimos para los medianamente y muy adinerados”.
No obstante, Krier subrayó también que su visión era que Cayalá fuera un desarrollo sin vallas de seguridad con edificios de dos y tres pisos inspirados por las ciudades persas, griegas y romanas de la antigüedad, lugares donde gente de todo tipo pudiera reunirse.
“La ciudad debe poderse caminar, no solo vertical sino horizontalmente”, explicó y añadió que las edificaciones altas hacen que las ciudades sean demasiado densas, elevan los costos de energía debido a la necesidad de ascensores y dan prioridad a la especulación inmobiliaria por encima de la calidad de vida.
El alejamiento de dicha visión sucedió, comentó Krier, cuando los residentes se reunieron y “votaron democráticamente” para instalar vallas, lo que en efecto dio pie a una variedad de comunidades cerradas dentro de un desarrollo que de otra manera sigue abierto.
El plan de los desarrolladores de Cayalá para construir rascacielos a fin de crecer y generar mayores ingresos comerciales, fue ir demasiado lejos, según Krier, quien hace poco respondió con su renuncia.
“Se volvió insoportable la presión que tenía como planificador principal”, dijo. “La construcción de rascacielos, creo, es un acto inmoral”.
Durante años ha habido críticas a Cayalá; hay quienes cuestionan el proyecto en un momento en que las zonas urbanas con potencial de ser un tesoro, como el centro viejo de Ciudad de Guatemala, están en decadencia.
Javier Lainfiesta Rosales, fundador de una compañía que ofrece publicidad para empresas emergentes, dijo en un ensayo que Cayalá era una “abominación”.
“En Cayalá no hay indigentes, niños limosneros, desnutrición, ventas callejeras, acoso, choques, extorsiones, asaltos, corrupción ni desigualdad”, escribió. “Es un pedazo del primer mundo en el corazón de una ciudad que se acerca peligrosamente al cuarto mundo”.
Aun así, Cayalá cuenta con numerosos defensores, que subrayan que sus espacios son frecuentados por personas de contextos sociales diversos.
Warren Orbaugh, profesor de arquitectura en la Universidad Francisco Marroquín, respondió a las críticas que se enfocan en los miles de árboles caídos para construir y ampliar Cayalá.
“¿Qué no es bosque aquí en Guatemala?”, preguntó Orbaugh. Y añadió que Cayalá debería replicarse por todo el país.
El atractivo de Cayalá quedó en evidencia este mes, cuando sus terrenos eran recorridos por visitantes, entre ellos familias indígenas que conversaban en lenguas indígenas, tomándose fotos frente a esculturas. En los bancos de los parques jóvenes parejas se susurraban requiebros amorosos al oído.
Otros visitantes se aventuraban a la iglesia católica de la comunidad. Enófilos sorbían vino en los cafés y juerguistas bebían margaritas en un restaurante mexicano repleto.
A unos metros de distancia, detrás del portón de Cayalá, sus zonas residenciales bien resguardadas y encaramadas cerca de una reserva natural, estaban envueltas en un silencio tenebroso.
García Manzo, el empresario restaurantero que vive en Cayalá, dijo que los tres restaurantes que tiene brindan trabajo a más de 100 personas.
Pero reconoció que entre sus vecinos habían surgido temores durante las protestas, cuando se esparcieron rumores de que cientos de autobuses se dirigían hacia Cayalá para atacar la zona.
“Yo les decía a los vecinos que es imposible y si vienen, no van a venir con antorchas a quemar las casas”, dijo García Manzo, enfatizando que estaba en contra de usar armas para proteger Cayalá. Con los rumores, dijo “entró una psicosis muy fuerte”.
Eso no sorprendió a Carlos Mendizábal, un arquitecto que repudia Cayalá. Dijo que la comunidad, con su necesidad constante de repintar sus muros blancos y reparar el aire acondicionado al tiempo que se fortalecía la seguridad, era un “elefante blanco” insostenible.
“Cayalá después de mucho tiempo”, dijo Mendizábal, “sigue siendo un centro comercial que pretende ser un barrio”.
Simon Romero es corresponsal en Ciudad de México, y cubre México, Centroamérica y el Caribe. Se ha desempeñado como jefe del buró del Times en Brasil, jefe del buró andino y corresponsal internacional de energía. Más de Simon Romero