El tenis lo era todo para ellos. Ahora es la razón de su dolor
Hace cuatro años, David Lewis recibió una llamada de la oficina del forense de Washington D. C. Habían encontrado muerta en la habitación de un hotel a su hija mayor, Carolina, una extenista universitaria. Tenía 23 años.
Más tarde, Lewis escucharía una historia enrevesada sobre una noche donde hubo visitas a varios clubes, un hombre disfrazado, unas llamadas de una Carolina aterrorizada y una cita con un desconocido que precedió a su muerte. Sin embargo, en aquel momento, lo único que sabía era que había perdido a su hija.
Los Lewis son miembros de la realeza del tenis en su natal Nueva Zelanda. David, de 59 años, había sido jugador profesional, al igual que su hermano Mark. Otro de sus hermanos, Chris, jugó la final masculina individual de Wimbledon en 1983, en la que perdió contra John McEnroe.
Durante un tiempo, Carolina y su hermana, Jade, continuaron con la tradición familiar. Cuando eran adolescentes y su desempeño en la cancha auguraba un futuro exitoso, sus padres mudaron a la familia a Estados Unidos para que las niñas pudieran alcanzar el estrellato en el tenis.
Carolina destacó y compitió en la División I de tenis en la Universidad de Virginia Occidental y en la Universidad Estatal de Kansas. Durante un tiempo, Jade fue incluso mejor, al convertirse en una futura promesa profesional que destacó en su única temporada en la Universidad Estatal de Luisiana (LSU, por su sigla en inglés).
No obstante, pronto todo salió mal. Jade inició una relación con un jugador de fútbol americano de la LSU que abusó de ella; todavía lucha contra las secuelas psicológicas. Carolina pasó sus años en el tenis universitario ocultando el trauma de una agresión sexual que les reveló a sus amigos, pero que nunca contó a nadie más.
En septiembre de 2019, yacía en una morgue envuelta en una sábana mientras su madre, Rosaria, se inclinaba para besarla por última vez.
Los Lewis ahora dedican sus días a luchar contra su indignación por lo que consideran investigaciones apáticas y mal hechas sobre la muerte de Carolina y el abuso hacia Jade. Aún más, lamentan la decisión de venir a Estados Unidos. El tenis le dio una identidad y un propósito a David Lewis y le destroza que la búsqueda de éxito de sus hijas en este deporte acabara de tan horrible manera.
“Es como la persona que sufre un terrible accidente automovilístico y desea haber tomado una ruta diferente”, dijo Lewis mientras estaba sentado en un sofá en la enorme casa de un amigo, muy por encima de las playas suburbanas y el puerto turquesa de Auckland. Estaba allí para alimentar a los gatos mientras su amigo estaba de viaje.
Con sus rasgos fuertes y su físico esbelto, Lewis parecía como si todavía pudiera guiar a un jugador decente durante una vigorosa sesión de práctica. Su mirada se desvió hacia un conjunto de puertas corredizas de vidrio que conducían a una cancha de tenis en el patio trasero.
“Las niñas pasaron muchas horas jugando en esa cancha”, dijo.
Criadas en las canchas de tenis
Durante seis décadas, el tenis ha sido la identidad de la familia Lewis, su sustento, una fuente de todo lo bueno. Fue incluso lo que hizo que David conociera a su esposa.
David Lewis y sus hermanos conocieron el tenis gracias a sus padres, a quienes les encantaba el deporte y lo jugaban con sus hijos en el Ngatira Tennis Club de Auckland.
“Papá era un jugador hábil”, dijo David Lewis.
A medida que sus habilidades fueron mejorando, la prensa local brindó una intensa cobertura de los tres hermanos, todos ellos júnior de primer nivel que representaron a Nueva Zelanda en eventos de equipos juveniles y en la Copa Davis. Chris Lewis, nacido en 1957, fue el mejor júnior del mundo en 1975 y ganó el título juvenil individual masculino de Wimbledon. Mark, nacido en 1961, se convirtió en un sólido jugador de dobles.
David idolatraba a Bjorn Borg. “Lo vi jugar en Auckland cuando yo era muy joven”, contó.
Después de que terminó su carrera de tenista, David trabajaba como organizador de torneos cuando conoció a Rosaria La Pietra en la pequeña ciudad alemana en la que ella vivía. Se casaron a los pocos meses, y tres años después, en 1996, nació Carolina. Jade llegó dos años después.
Las niñas comenzaron a practicar deporte, en especial tenis, desde muy pequeñas. Era una tradición de los Lewis.
La familia se mudó de Europa a Nueva Zelanda cuando las niñas eran pequeñas, y a medida que fueron mejorando en el tenis, más sentido tenía realizar otra mudanza al extranjero, dado el pequeño tamaño de Nueva Zelanda y la falta de competencia cercana. La familia hizo un viaje de tres meses a Florida, un semillero del tenis júnior, y se dio cuenta de que si las niñas realmente iban en serio con el deporte, tendrían que mudarse a Estados Unidos.
“El sueño del tenis americano”, dijo Rosaria Lewis en una entrevista, con un tono de desprecio. “Se suponía que les iba a dar la oportunidad”.
En 2011, la familia aterrizó en Hilton Head Island, Carolina del Sur, donde David consiguió trabajo en una academia de tenis que Ivan Lendl, exnúmero 1 del mundo, estaba creando.
Carolina tenía 15 años y Jade 12. En Hilton Head, estuvieron expuestas a mejores jugadores y entrenadores y compitieron en torneos categoría júnior casi todos los fines de semana. Era una vida exigente, en especial para Jade, quien se sometió a seis horas diarias de práctica y entrenamiento físico, incluso en los sofocantes veranos de Carolina del Sur.
Las hermanas se comprometieron con la búsqueda de la excelencia de la manera casi miope que exigen los deportes individuales. Pero también disfrutaban de pijamadas y noches de películas esporádicas, así como de otros elementos básicos de la vida adolescente.
“Amé y odié cada minuto”, dijo Jade sobre esos años.
Carolina y Jade ganaron en una ocasión un evento profesional menor como parejas de dobles, pero Carolina nunca estuvo convencida de convertirse en jugadora del circuito. Tenía intereses más allá del tenis: era una gran fanática de los deportes. Conversaba con su madre solo en el italiano nativo de Rosaria, y su volumen de voz se incrementaba a medida que cambiaba a ese lado de su personalidad. En una ocasión, Carolina grabó un video en el que se comparaba con una ventana, “porque lo que ves es lo que hay”.
Lo único que Carolina quería del tenis era una beca universitaria para la Universidad de Virginia Occidental (WVU, por su sigla en inglés), la cual consiguió. Obtuvo un récord de 24-6 en individuales como estudiante de primer año y siguió siendo competitiva como estudiante de segundo año contra rivales más duras.
También tenía una vida social muy activa, en la que daba la impresión de hacer nuevos amigos cada vez que salía de su habitación.
“Podía hablar con cualquiera”, afirmó Molly Trujillo, una compañera de la Universidad de Virginia Occidental que se volvió la amiga más cercana de Carolina.
A medida que la vida social de Carolina florecía, sus entrenadores comenzaron a cuestionar su compromiso, según los Lewis. La criticaron por su peso. Intentaron controlar su dieta y la obligaron a correr distancias cronometradas.
Carolina perdió parte de su energía, comentó Trujillo. A veces, simplemente parecía estar triste.
Un portavoz del departamento de deportes de la Universidad de Virginia Occidental dijo que el cuerpo técnico se enteró de estas quejas solo después de que Carolina dejó la WVU. La universidad realizó una investigación, pero no descubrió ninguna evidencia que respaldara las denuncias, dijo el portavoz.
“Nuestros entrenadores de tenis están muy decepcionados de que estas afirmaciones hayan vuelto a surgir”, dijo la universidad en un comunicado que también expresó compasión por la muerte de Carolina. “Sin hallazgos que respalden las afirmaciones realizadas, WVU considera el asunto infundado y cerrado”.
PCarolina le confió a Trujillo y a otros amigos que el tenis no era la causa fundamental de su infelicidad. Dos integrantes del equipo de lucha la habían agredido sexualmente durante una noche de fiesta, les contó. Nunca denunció el incidente a las autoridades escolares ni se lo contó a sus padres. David y Rosaria tan solo se enteraron de lo ocurrido después de su muerte, cuando sus amigos se lo contaron.
En busca de un nuevo comienzo, Carolina se transfirió a la Universidad Estatal de Kansas. Se unió al equipo de tenis y jugó allí su temporada final en 2018.
Pero el recuerdo de lo ocurrido en WVU persistía. Un día, los Lewis recibieron una llamada en la que les dijeron que Carolina había sufrido una sobredosis de somníferos y estaba en el hospital. Trujillo recibió una llamada similar. Todos volaron de inmediato a Kansas.
Carolina le contó a Trujillo que había empezado a consumir drogas más duras, incluida la cocaína. Le dijo a Trujillo que, aunque tenía muchos amigos, a veces se sentía muy sola.
‘Le dejamos de prestar atención’
David y Rosaria sabían poco sobre esto.
“Estábamos tan concentrados en Jade que le dejamos de prestar atención a Carolina”, dijo David Lewis.
Jade había entrado a la LSU en enero de 2017, atraída por la oferta de una beca completa y vitalicia si jugaba una temporada en Baton Rouge para los Tigres. Los entrenadores Julia y Mike Sell —él era un exjugador del circuito y en una ocasión había entrenado a Monica Seles— sabían que Jade se dirigía al circuito profesional y estaban felices de que jugara en LSU, aunque fuera brevemente.
Jade ganó el honor, junto a otra compañera, de ser la mejor novata del año de la Conferencia del Sureste y ayudó a la LSU a clasificarse para el torneo de la NCAA.
Sin embargo, fuera de la cancha, estaba en crisis. El entonces novio de Jade, un recluta estrella de fútbol americano llamado Drake Davis, la golpeó en varias oportunidades a partir de 2017. Tras tener el presentimiento de que la vida de Jade podía estar en peligro, David y Rosaria Lewis se mudaron a Baton Rouge para intentar protegerla. Jade, quien temía por su seguridad, pero era incapaz de separarse de Davis, se negó a escucharlos y se distanció de ellos, aunque las amenazas y los ataques se acumulaban.
Con el tiempo, Jade habló. Un reportaje de USA Today sobre las acusaciones de Jade contra Davis provocó que la LSU le ordenara una investigación y un informe al despacho jurídico Husch Blackwell. En 2019, Davis se declaró culpable de agresión a una pareja y de violar una orden de protección.
Las autoridades de la universidad han admitido —durante audiencias en la legislatura estatal y en testimonios ante los abogados de Husch Blackwell— que le fallaron a Lewis y a otras mujeres en la universidad. Ahora Jade forma parte de una demanda multimillonaria contra la LSU.
Jade afirma que sigue luchando con un sentimiento de vergüenza por lo que le ocurrió en la LSU. Ha contribuido a sentimientos de vacío que han conducido a dos sobredosis de Adderall.
“Si dices el nombre Jade Lewis”, dijo, “es como, ‘Ah, la chica a la que aquel jugador de fútbol golpeó’”.
Una trágica salida nocturna
Carolina se graduó en la Estatal de Kansas en la primavera de 2019. Al final del verano, trabajó en el Abierto de Estados Unidos, donde se encargó de la logística de los jugadores. Esperaba que el trabajo fuera el comienzo de una carrera en los deportes, tal vez incluso en el tenis.
Cenó con su padre en Nueva York cerca del final del torneo. Dos días después de que el torneo terminó, tomó un autobús a Washington D. C. para visitar a Trujillo y a otros amigos de la Universidad de Virginia Occidental.
Una noche, Carolina, Trujillo y su grupo fueron a un bar llamado The Gryphon, en el noroeste de Washington. Tiempo después, afirmó David Lewis, uno de los detectives que investigaba la muerte de Carolina le señalaría que ella “llevaba un vestido de fiesta”, lo que él tomó como una sugerencia indirecta de que ella era la culpable de lo sucedido. El comentario todavía le indigna tanto a él como a Rosaria.
En The Gryphon, Carolina conoció a Glenn Gibson, entonces de 37 años, un expolicía que había tenido varios trabajos desde que dejó el departamento de policía de Norfolk, Virginia, en 2009.
“Hermosa”, dijo Gibson cuando se le preguntó durante una entrevista sobre sus recuerdos de Carolina y esa noche. “Tenía un buen espíritu. Una persona muy agradable”.
Poco después de medianoche, Carolina y sus amigos, a los que se sumó Gibson, se dirigieron a un club nocturno cercano llamado Abigail.
Carolina y Trujillo se separaron dentro del club y, poco después de la 1:30 a. m., Trujillo se fue: debía levantarse temprano para un trabajo como niñera.
En una entrevista, Trujillo dijo que, si hubiera algo que pudiera cambiar en su vida, volvería atrás en el tiempo y sacaría a rastras a su amiga del club.
Gibson más tarde dijo que vio cuando Carolina salió de Abigail con un par de hombres que, según él, no conocía. Una grabación de las cámaras de seguridad lo confirmó. Uno de los hombres tenía rastas y llevaba una máscara de Halloween.
Gibson declaró que iba de camino a casa alrededor de las 2:30 a. m. cuando Carolina lo llamó asustada y le preguntó si podía ir a buscarla. Estaba en un apartamento del noreste de Washington.
La policía nunca ha determinado de quién era el apartamento donde estaba Carolina, pero, según sus mensajes de texto, los hombres que estaban allí empezaron a pelearse y ella empezó a tener cada vez más miedo, preguntándole repetidamente a Gibson si estaba cerca. También le dijo: “Tomé oxicodona”.
Más o menos a las 3 a. m., Carolina escapó del apartamento y se encontró con Gibson en la calle, donde se subió a su Mercedes S600 negro.
Más tarde, los detectives del Departamento de Policía Metropolitana recuperaron un video de casi nueve minutos en el que se ve a Gibson y Carolina registrándose en el hotel Liaison, cerca del Capitolio, alrededor de las 3:30 a. m. Carolina se tambaleaba y caminaba descalza por el vestíbulo, apoyándose en Gibson con cariño, pero también para mantener la estabilidad. A veces lo besó. Debido a que el proceso de registro se prolongó, él la ayudó a sentarse en un sofá cercano. Unos minutos después, se dirigieron a la habitación 916.
“Parecía estar bien”, dijo Gibson en una entrevista.
Según la declaración de Gibson a la policía, se ducharon, tuvieron relaciones sexuales consensuadas —un análisis forense lo confirmó— y se quedaron dormidos cerca de las cinco de la madrugada. Gibson se despertó un par de horas más tarde y salió durante poco tiempo de la habitación para mover su auto. Cuando volvió a la habitación, Carolina estaba muerta.
Una autopsia posterior reveló que el nivel de alcohol en la sangre al momento de su muerte era de 0,24, el triple del límite legal para conducir en Washington. Además, según un informe toxicológico, Carolina no parecía haber tomado oxicodona. Tomó fentanilo.
‘Demasiadas preguntas’
Un forense llamó a los Lewis más tarde esa misma mañana. Las autoridades dictaminaron que la muerte de Carolina fue una trágica sobredosis accidental.
David y Rosaria vivían nuevamente en Hilton Head. Una vez completada la autopsia, Carolina fue cremada.
Durante los meses siguientes, David Lewis presionó a los detectives para que averiguaran cómo su hija había muerto por una sobredosis de fentanilo en una habitación de hotel con un hombre al que solo había conocido durante unas horas. Quería que la policía averiguara quién le había dado el fentanilo a Carolina y acusara de asesinato al responsable.
Justo antes de que Gibson recogiera a Carolina, ella recibió una llamada de un número de teléfono relacionado con un traficante sexual convicto llamado Larry Holt. La policía le comentó a David Lewis que no pudo establecer la conexión entre Carolina y Holt, quien se negó a cooperar con los investigadores. No se pudo contactar a Holt para una entrevista para este artículo. El número de teléfono utilizado para llamar a Carolina ya no está disponible.
David Lewis también tenía sospechas de Gibson. Creía que el informe toxicológico por sí solo era prueba de que su hija había sido agredida sexualmente porque el nivel letal de alcohol y fentanilo en su organismo le habría impedido dar su consentimiento.
Sin embargo, la ley —y los jurados— suelen distinguir entre estar incapacitado y ser capaz de dar consentimiento, en especial si las víctimas se intoxicaron de manera voluntaria.
El Departamento de Policía Metropolitana no respondió a repetidas solicitudes de comentarios sobre la investigación.
La policía se ha negado a publicar las transcripciones de sus entrevistas con Gibson y ha censurado grandes secciones del informe policial. La oficina de asesoría jurídica del alcalde de Washington, D.C., ordenó recientemente a la policía que proporcionara los motivos para retener la información o divulgarla. Hasta el momento la policía se ha negado a hacerlo.
“Demasiadas preguntas y ninguna respuesta”, dijo Rosaria Lewis. “Es como correr en círculos”.
Los remordimientos de un padre
David, Rosaria y Jade Lewis ya están de regreso en Auckland. Más de cuatro años después de la muerte de Carolina, David Lewis a veces apenas logra conciliar el sueño. Si se le envía un correo electrónico o un mensaje de WhatsApp en medio de la noche de Nueva Zelanda, a menudo la respuesta llega casi al instante. Los casos de sus hijas son lo primero y lo último en lo que piensa cada día.
Todos en la comunidad del tenis neozelandés saben quién es David y lo que le ha pasado a su familia. Él puede percibir la inquietud que causa el dolor que ha sufrido. Así que intenta evitar ese mundo. Da lugar a demasiados recuerdos dolorosos.
“Antes de perder a Carolina, era una gran parte de mi vida”, escribió sobre el tenis en un correo electrónico reciente. “Sin embargo, ahora hago algo completamente diferente por ese motivo”.
Jade no sufrió abusos en una cancha de tenis y Carolina no murió en una. Sin embargo, cuando David intenta comprender lo ocurrido, cuando hace ingeniería inversa de los últimos años para ver qué podría haber hecho para proteger a sus hijas, su mente se desvía hacia la mudanza de la familia a Estados Unidos y la búsqueda de la excelencia tenística que la inspiró. Tiene preguntas sobre los entrenadores y el personal deportivo de LSU, sobre los amigos de Carolina que la dejaron sola en el club y sobre Gibson. También ha llegado a resentir el deporte que fue la razón de la mudanza de la familia a Estados Unidos, y el dolor que eso genera puede ser difícil de soportar.
David intenta mantenerse ocupado. Ha trabajado para el negocio de accesorios de baño de lujo de un amigo. Corre varias veces a la semana.
También presiona como puede para que se reabra el caso de Carolina. Su hija sobreviviente no lo aprueba.
“Es su manera de no lidiar con lo que pasó”, dijo Jade sobre su padre.
David afirmó que solo un padre que ha perdido a un hijo podría entenderlo.
Los Lewis tienen la sensación de que sus traumas no han dejado de ocurrir y les ocurrirán para siempre. No es un asunto de superarlo. Dudan que exista la posibilidad de hacerlo. Durante un tiempo, el tenis lo fue todo para la familia. Era su vínculo, la manera en que se comunicaban.
Ahora es otra cosa: un camino que desearían no haber tomado nunca.
Matthew Futterman es un veterano periodista deportivo y autor de dos libros, Running to the Edge: A Band of Misfits and the Guru Who Unlocked the Secrets of Speed y Players: How Sports Became a Business. Más de Matthew Futterman